¿Qué convierte a «The Warriors» en una película tan icónica?
Aunque puede sonar a tópico, a lo largo de los ochenta el cine fue especialmente estimulante y productivo. El desarrollo de cineastas de gran calidad pero con un corte accesible (léase Spielberg, Lucas, Zemeckis, Carpenter o Landis) y el boom del VHS amplificaron un negocio que ya era gigante y lo lanzaron al siguiente nivel, no sólo en cantidad, sino también en la creatividad de muchas propuestas.
La rápida evolución del videoclub a un lugar de culto hizo que (aparte de todos los estrenos de cine que acababan en cinta) un montón de producciones más arriesgadas se produjeran directamente para ese mercado, sin necesidad de tener un grandísimo presupuesto ni una historia absolutamente comercial. ¿Pero cuál fue el germen de todas esas inspiraciones? Para eso debemos remontarnos un poco.
El compendio creativo entre grandes nombres del negocio y numerosísimas propuestas originales que llegaban cada semana al videoclub (hubieran pasado por el cine o no) hicieron que tengamos la sensación de los ochenta nunca se pasan de moda y que siempre hay más donde rascar, donde homenajear y donde rescatar.
Y de todos esos títulos sugerentes y sugestivos, hay uno de la década anterior que fue clave para mucho de los que disfrutamos en los ochenta y del que podemos decir que casi cada plano es hipnótico, hablo de «The Warriors» o «Los amos de la noche».
La nueva York más sucia y violenta en «The Warriors»
Dirigida por un magnífico Walter Hill en estado de gracia, la cinta narra la historia de como un grupo de pandilleros es culpado de asesinar al líder de una pandilla enemiga tras una macro reunión de todas las bandas de la ciudad de Nueva York para una especie de tregua.
Todos estos grupos (cada uno ataviado de una manera muy reconocible) perseguirán a los Warriors por toda la ciudad desde el Bronx (sitio donde tuvo lugar la charla) hasta Coney Island en el sur de Brooklyn, lugar de donde son originarios.
Enumerar las virtudes de «The Warriors» es complejo. Una dirección fantástica, una fotografía lúgubre y agridulce, una estética retro inolvidable, unos personajes icónicos y una protagonista siempre en la sombra, casi como si se tratase de uno más: la ciudad de Nueva York. «Los amos de la noche» es una película curiosa, de un cine que es pura pasión y que ya casi está extinto. Una historia en que solo se trata de huir por una sucia y peligrosa Nueva York de los setenta y que, sin embargo, no podemos dejar de ver cada año.
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Y ese es el talento de Walter Hill tras la cámara, del diseño de producción y, como no, de la novela de Sol Yurick en que se basa. La «Anábasis» de Jenofonte versión urbana y de serie b dirigida con un nervio, pulso y brío que le perdonamos todos los defectos que podemos encontrar al revisitarla de adultos.
Y es que en cine como este, la pasión y el talento estaban por encima del papel, y gracias a él le debemos todo lo que disfrutamos unos años después en el cine y en cinta Beta y VHS. Cuando uno ve «The Warriors» -casi como una precursora de Cannon Films– vuelve a una época en que postrarse delante de la televisión era toda una experiencia nada encorsetada, completamente imprevisible y alentadora.
Quizás es nostalgia o quizás es magia, pero «Los amos de la noche» en pleno 2019 sigue siendo tan sucia, tan peligrosa y tan rompedora que uno casi acaba echando de menos ese cine donde el frenesí era más importante que el intelecto y donde el entusiasmo estaba por encima de la reflexión.
Si aún no has visto «The Warriors», no solo tienes una magnífica laguna en cuanto a cultura pop se refiere, sino que no sabes cómo llegaron a ser en modo y forma todas estas pandillas de una Nueva York imaginaria con demasiados visos de realidad. ¡Han sido los Warriors!
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