«Rocky»: esa película que siempre quiero volver a ver
Cuenta la leyenda, no sabemos si amplificada por el halo de misticismo y mitomanía que siempre ha rodeado a la película, que Sylvester Stallone anduvo años tras los estudios para que le compraran el guión de «Rocky».
Durante todo este tiempo, las productoras se negaban alegando que las historias de boxeo ya estaban pasadas de moda y eran cosa de décadas anteriores. Stallone lo pasó tan mal que vivió en la pobreza durante demasiado tiempo siendo ya un adulto.
¿Qué es lo que me conecta tanto con «Rocky»?
Cuán equivocados estaban. »
Rocky» acabó ganando el Oscar de la Academia a la mejor película en el año 1977 (además de a la mejor dirección y mejor montaje) y lo mejor de todo es que se lo arrebató a otro largometraje histórico. Me refiero a la legendaria -y maravillosa- «Taxi Driver», dirigida por Martin Scorsese y protagonizada, ni más ni menos, que por Robert De Niro, Harvey Keitel, Cybill Shepherd y una jovencísima y prometedora Jodie Foster.
Lo cierto es que se ha escrito y dicho todo sobre «Rocky», la cinta que lanzó al estrellato a un italoamericano sin mucha cultura general pero más tesón que media industria de Hollywood. Y lo cierto es que, pasen los años que pasen, siempre quiero volver a ver Rocky. Pero, ¿por qué?
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Sin entrar a detallar el guión de una película que ha visionado y revisionado todo el mundo (o deberían), la cuestión es que Rocky conecta con tantas personas por una cuestión que va más allá de la técnica cinematográfica.
De hecho, Stallone no es un gran actor (ni lo era cuando rodó «Rocky») ni la película es un alarde técnico comparable a las de Kubrick, Polanski o el propio Scorsese al que venció aquel año en los galardones más famosos del mundo.
«Rocky» funciona de manera atemporal por contar una fábula esquemática (que repite en todas las películas de la saga) sobre el viaje del héroe en toda su extensión. Apoyada por una histórica, magnífica y asombrosa banda sonora del genio Bill Conti que nos pone los pelos de punta una y otra vez. Y eso no ha fallado en ninguno de los visionados.
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Además, una excusa tan adrenalínica como el boxeo sirve para expresar toda la furia de la historia. La de un perdedor al que el mundo no parece tenerle preparado nada que merezca la pena y que con tesón, esfuerzo y coraje acabará haciendo retumbar el alma del campeón del mundo de boxeo.
Y es que esa fábula es aplicable a todos nosotros en nuestros momentos más bajos, y siempre nos hace bien. Por eso volvemos a «Rocky» una y otra vez: simplemente porque nos da esperanza, porque nos hace sentir bien y porque -de manera consciente o inconsciente- nos sirve de combustible anímico para superar los baches y adversidades a los que somos ciudadanos de a pie.
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Por eso siempre ha funcionado y funcionará una película con una premisa y un desarrollo tan sencillo. «Rocky» nos invita a soñar en un mundo que parece golpearnos hasta dejarnos los riñones doloridos. Y nosotros simplemente necesitamos a alguien que nos diga que da igual, que alguna vez tendremos nuestra oportunidad y que tocar el cielo es simplemente una cuestión de esfuerzo y actitud.
Y siempre queremos que nos digan eso. Sea cierto o no.