¿Por qué el mundo sigue admirando a Michael Jordan?
Narraba Michael Jordan en uno de sus documentales que -a pesar de todos los retos a los que ha tenido que enfrentarse a lo largo de su vida- el único día que se sintió nervioso de toda su carrera fue cuando tuvo que rodar junto a Michael Jackson (concretamente el videoclip de ‘Jam’ del álbum ‘Dangerous’). Contaba Jordan como era la única vez en su vida que tenía que vérselas con alguien aún más popular y esa sensación era tan extraña que por primera vez sentía vértigo.
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Y es que para mucha gente, Michael Jordan es un icono tan grande, un símbolo tan gigantesco, que a menudo esa misma impresión sirve de cortina para valorar la importancia tras la persona.
Más de treinta años después de su debut en los Chicago Bulls (su etapa en Carolina del Norte también fue legendaria, aunque eso es otra historia), nos encontramos con dos tipos de personas: los que casi desconocen al ser humano que hay tras uno de los símbolos de mercadotecnia más grandes de la historia y los que casi lo han deshumanizado por haberlo seguido muy de cerca en sus partidos con los Bulls, con los Wizards (en menor medida) en las olimpiadas de Barcelona 92 y en los All-Star. En ambos casos el mismo resultado: casi olvidamos que es un tipo de carne y hueso como nosotros.
Si analizamos con detenimiento la figura de Michael Jordan nos damos cuenta de que estamos ante el perfil perfecto para una sociedad que busca un espejo de valores que no puede ver en sus líderes políticos.
Jordan era el niño que se enfrentaba cada día a su hermano mayor jugando al basket en la canasta de la puerta de la casa familiar y que se esforzaba tanto por no ser vencido que acabó ganando todos los partidos, que fue expulsado del equipo del instituto y se entrenó diez veces más para volver, que fue elegido número dos del Draft (en vez de en primer lugar) y eso le hizo querer demostrar a la NBA cuánto se equivocaban y que sacrificó sus puntuaciones estratosféricas de los Bulls para repartir juego (en contra de su ego) y poder ganar títulos.
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Michael Jordan es el tipo de persona que, siendo la figura más grande del baloncesto mundial (y probablemente del deporte a nivel global), dejó la NBA para ser uno más jugando al béisbol porque había perdido esa chispa en el deporte que le dio la fama. Una persona tan especial que si dieras un folio en blanco a un experto en marketing y le dijeras que creara al espécimen perfecto acabaría describiendo al detalle a alguien exactamente igual que Michael Jordan.
Las ganas de superarse a sí mismo, el talento que no puede desligarse del esfuerzo, el carisma, el sex-appeal, la pertenencia a una minoría y que acaba llegando a lo más alto: Michael Jordan es el espejo en el que que mirarse en una sociedad que se cae a pedazos. Un símbolo tan perfecto que a veces se nos hace difícil darnos cuenta de que es una persona como nosotros y que a día de hoy tiene cincuenta y cinco años.
Si seguimos -incluso sólo superficialmente- su carrera, nos damos cuenta de por qué pagamos doscientos euros por sus zapatillas: todos queremos apropiarnos de sus valores, todos queremos ser como él, como un logotipo tan inmenso que a veces tenemos que ponernos sus partidos para volver a darnos cuenta de que este tipo es de carne y hueso y no una invención del mejor guionista de la historia.
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