Érase una vez el amor por el cine del grandísimo Tarantino
Para la mayoría de amantes del séptimo arte, una nueva película de Tarantino suele ser todo un evento. Su capacidad para reciclar todos esos personajes, situaciones y tópicos de la serie b de los que los críticos han renegado históricamente, su habilidad nata para la dirección, para la escritura de diálogos (probablemente su mayor virtud), sus aciertos en los castings (logrando hacer renacer a estrellas acabadas) y unas bandas sonoras tan pretendidamente cool han hecho que tenga una legión de fans inmensa en todo el globo.
El realizador italoamericano ha mezclado a lo largo de su filmografía el spaghetti western, el giallo, las películas de Kung Fu, el cine negro y casi todo lo que se pudiera encontrar en un videoclub en los 70’s con una soltura y coherencia pasmosa, aunque siempre desde la exageración y la amplificación. De hecho, las influencias de Tarantino son ya una magnificación de géneros pasados por un filtro para un gran público menos refinado, como en el caso del spaghetti western.
Si cogemos una inspiración ya ampliada y la agrandamos aun más nos da lugar a esos personajes tan icónicos y legendarios como los de su cine, a la vez que tan voluntariamente irreales. De ahí que no vayamos a la filmografía del cineasta a ver personas, sino a ver iconos, símbolos, tics y magníficos clichés que nadie sabe reproducir más ni mejor.
Tarantino y la recreación de iconos y símbolos en la gran pantalla
Por eso, aunque la calidad de sus filmes devanea entre el sobresaliente y el (muy) bien, nos da la suficiente ración de referencias pop, tipos duros y rescate de canciones estimulantes como para que sigamos yendo al cine a ver sus películas y con «Érase una vez en Hollywood» no iba a ser diferente.
Aunque esta vez esa previsibilidad de paisajes, situaciones y personajes puede jugarnos una mala pasada. Y es que en esta cinta, Tarantino se aleja de bastante (aunque sigue habiendo clichés, sobre todo en los secundarios) de esos individuos estereotipados de sus producciones favoritas para centrarse en una historia más cercana y más humana… Y lo hace maravillosamente bien.
Y es que «Once Upon a Time in Hollywood» va de envejecer en un negocio, de una industria cambiante, de la lealtad y de la amistad y todo desde el punto de vista de un tipo que se presupone duro (DiCaprio) al ser protagonista de westerns y de su doble para las escenas de acción (Pitt). Con una historia mucho más cotidiana y casi contemplativa, Tarantino nos mete en el día a día de una estrella en horas bajas, su orgullo y sus miedos e inseguridades y durante -casi- toda la película asistimos a su día a día, sin sobresaltos y sin exageraciones pulp marca de la casa.
Un Tarantino más contemplativo pero igual de eficiente
Por eso la película puede decepcionar a algunos y enamorar a otros. Es una cinta mucho más tranquila y pausada y se centra más en contarnos el día a día y los sentimientos de Rick Dalton (DiCaprio) en una nueva etapa en el cine que en las hiper vendettas en las que bebe de aquí y allá a las que nos tiene acostumbrados.
«Érase una vez en Hollywood» no es a simple vista esa montaña rusa de emociones a las que Tarantino nos ha hecho adictos, aunque si miramos el poso que nos deja sigue siendo exactamente eso, pero masticado de manera mucho más serena y con un tono menos comiquero y más agridulce.
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Es una carta de amor al cine (o a una parte de él) con el que creció Quentin Tarantino. Pero no sólo a los actores y sus dobles, sino a todo el mundo que hacia posible una industria mucho más artesana, y es por ello que cada uno de sus personajes es tratado con tanto amor que uno sale del cine con una sonrisa en la cara y una paz que no son habituales en la filmografía del realizador.
Una película en la que si conectas (y no todo el mundo lo ha hecho) vas a disfrutar del Tarantino comedido que es capaz de narrar sin amplificaciones ni extremos (a pesar de ese final-regalo para los fans) y vas a encontrar cientos de referencias magníficas, una dirección más sobria pero fantástica, un casting maravilloso y una historia preciosa sobre aceptar el paso del tiempo y vencer al ego.
Lo que también es de película es que los nuevos CEOs de Death Row Records sean El Señor Potato, Mi Pequeño Pony y compañía.