Cajón desastre: «La Prudencia»
Decía el filósofo grecolatino Epicteto de Frigia que “la prudencia es el más excelso de todos los bienes”. En España parece que no somos muy amigos de dicha virtud. Siempre queremos opinar sobre todo, y además, queremos hacerlo los primeros. Sin saber y sin conocer el tema en profundidad. Da igual, lo importante es decir algo, y rápido. Es conocida la frase de que “todo español lleva un entrenador de fútbol dentro” que sabe lo que hay que hacer, qué decisiones tomar y cómo ejecutarlas mucho mejor que el técnico de su equipo favorito, o que el seleccionador nacional. También podríamos decir que todo español lleva dentro un político, un artista, un abogado, un médico o un científico, porque de todo queremos opinar.
Este vicio nuestro se ha hecho mucho más vistoso desde que existen las redes sociales. Ahora cualquier cantamañanas puede compartir sus ignorantes ocurrencias con decenas, cientos, miles de internautas. Un click basta. Antes, sus gilipolleces sólo las sufrían sus allegados; hoy, cualquier tontería puede hacerse viral y llegar a la pantalla de tu ordenador en un tiempo récord. Podría decirse que éste es el reverso tenebroso del progreso. Si alguien alberga alguna duda sobre lo que estoy diciendo, basta con que abra su perfil de Twitter o Facebook y eche un ojo. Ahí podrá ver a necios, incultos y diversos personajes de henchido ego campando a sus anchas. Pontificando sobre temas de los que no tienen ni puta idea, alegremente y creyéndose sabios. Como he dicho antes, da igual la temática; muere alguien conocido y todos se saben su vida y obra; sale una nueva serie y todos la han visto y tienen algo que criticar; ha habido partido y todos saben qué errores se han cometido y cómo deberían haberse hecho las cosas. Etcétera.
Hoy, cualquier tontería puede hacerse viral y llegar a la pantalla de tu ordenador en un tiempo récord. Podría decirse que éste es el reverso tenebroso del progreso.
No obstante, la imprudencia no se circunscribe a la emisión de opiniones por lo general poco fundamentadas. Ojalá fuera así. Ahora un don nadie cuelga una fotografía en Instagram, le dan unos cuantos me gusta y se cree fotógrafo. La cajera choni de tu barrio empieza a subir fotos en tanga, las cuelga en Tuenti, unos cuantos adolescentes pajilleros la ronean en los comentarios, et voilà, ¡ya tenemos una modelo! Otro sube sus canciones a YouTube, donde cuatro amigos suyos le bailan el agua diciéndole lo “guapo” que está su material, y ahí está el artista. Y también tenemos a los que cuelgan en internet su novela de descarga gratuita creyéndose escritores.
Es jodido esto del mundo digital. Nos incita a ser imprudentes. A opinar sin pensar, a escribir lo primero que nos pasa por la mente, a creernos alguien. Y encima se nos calienta la tecla… No son pocos los niños a los que he visto amenazando e insultando a gente que en la calle les arrancaría la cabeza de un simple bofetón. El anonimato, la distancia y parapetarse tras un ordenador les hace sentir seguros. Las nuevas generaciones, que se han criado con internet desde la infancia, no son conscientes de que la red forma parte de la realidad; creen que existe la vida real y luego la vida 2.0. En una ocasión en la que tuve que tortear a un ‘hater’ o ‘troll’ o como se hagan llamar ahora, éste me espetó “estás llevando cosas de Twitter a la vida real”. A la vida real. No me lo podía creer, me resultó escalofriante, y fue en ese momento cuando comprendí que los chicos de hoy en día, en este asunto, no ven las cosas como la gente de mi generación. Muchos no tienen ese concepto de responsabilidad, el famoso “el que la hace la paga”.
En una ocasión en la que tuve que tortear a un ‘hater’ o ‘troll’ o como se hagan llamar ahora, éste me espetó “estás llevando cosas de Twitter a la vida real”
Yo siempre he sido un tipo muy visceral. He cometido locuras a lo largo de mi vida, y las que me quedan. La he cagado mil veces. Pero, echando la vista atrás, me he dado cuenta de que he sido más sensato de lo que pensaba. No he cometido errores, aún, que me hayan perseguido de por vida. Tengo 30 años y estoy vivo, no he pasado por el talego y no he contraído ninguna enfermedad grave. Y oportunidades para que me ocurriera alguna de esas cosas, o las tres, no han faltado, creedme. Tampoco tengo hijos ilegítimos (que yo sepa) y soy razonablemente feliz. Y creo fervientemente que el único motivo de que ese sea el estado de las cosas es que he sido razonablemente prudente, he valorado los riesgos y, cuando he fallado, he apechugado con las consecuencias. Y este es el comportamiento que seguiré llevando en mi vida y en las redes sociales, porque para mí no son dos campos independientes. Continuaré siendo un bocazas, sí, pero siempre dentro de los límites de la prudencia.